viernes, 21 de mayo de 2010

ALIMENTACIÓN Y VIOLENCIA



Todos en algún momento hemos comentado sobre el aumento de la violencia en nuestro país y en el mundo. Especialmente impactante ha sido el aumento de la violencia entre escolares y jóvenes, en nuestro país.
Las causas de este fenómeno pueden ser muchas y complejas. Factores como experiencias de abuso infantil, enfermedades mentales, falta de afecto en la infancia temprana, alcoholismo, uso y abuso de drogas y estupefacientes, se han señalado como origen de este flagelo.
Sin embargo, poca o ninguna importancia se le ha prestado a un factor generador de violencia que puede ser revertido. 
 
Este factor es la alimentación.
 
Muchos se preguntarán: ¿Y qué tiene que ver la alimentación con los comportamientos violentos?
Pues mucho...
Cuando decimos: “somos lo que comemos”, estamos diciendo mucho más de lo que nos imaginamos. Lo que comemos condiciona nuestra salud física y mental.
 
El primer factor alimenticio que modula nuestro comportamiento es precisamente el alimento de nuestro cerebro: la glucosa. 
 
Ese es el combustible que necesita para poder funcionar. El cerebro lo obtiene del azúcar o los carbohidratos que contienen los alimentos. 
Si en un momento determinado no hay un suministro suficiente de glucosa, se produce una reacción del organismo para que le busquemos su alimento al cerebro. Nos va la vida en ello. Luego sentimos hambre.
Si comemos en ese momento, todo vuelve a la normalidad. El cerebro recibe su ración de glucosa y seguimos como si nada.
Algunas personas tienen tolerancia a la sensación de hambre. Hay otras que no.
Las personas que son hipoglicémicas (a las que se les “baja” el azúcar) no tienen tolerancia a la falta de glucosa en su cerebro. Pero muchas veces no se dan cuenta de que lo que tienen es hambre y en su lugar lo que sienten es rabia, inquietud, o un malestar indefinido.
Si a una persona hipoglicémica se le presenta una situación incómoda o irritante cuando tiene el azúcar baja, casi automáticamente reaccionará con violencia. Y esta reacción será tanto más acentuada cuanto más hipoglicémica sea.
 
Se han realizado estudios en poblaciones de penales y cárceles en diversas partes del mundo y han encontrado que existe una relación directa entre el grado de violencia que manifiesta un recluso y su grado de hipoglicemia. 
Más aún, se encontró que un elevado porcentaje de presos son hipoglicémicos.
Con poblaciones de penales y cárceles se han realizado estudios de cambio de alimentación para controlar la hipoglicemia y los resultados han sido sorprendentemente positivos. 
Un elevado porcentaje de reclusos mejora su comportamiento y muchos de ellos, los que mantienen su nueva dieta al salir de la prisión, no vuelven a reincidir.
 
Esto nos lleva a otro punto relacionado con la violencia: el alcoholismo.
 
Estudios muy recientes han encontrado que muchos de los alcohólicos son hipoglicémicos.  Y recordemos que siempre se ha asociado el consumo de alcohol con los comportamientos violentos.
Al parecer, los alcohólicos logran superar el malestar que les ocasionan las bajadas de azúcar consumiendo bebidas alcohólicas. 
Pero este efecto dura poco, ya que se produce una reacción del organismo llamada hipoglicemia reactiva y vuelve a bajar el azúcar  y vuelven a sentir la necesidad de tomar alcohol. Se crea un círculo vicioso que los lleva a la dependencia.

Otro factor alimenticio directamente relacionado con la violencia es el consumo de grasas  y aceites.
 
El 60 % de nuestro cerebro es grasa. 
Más concretamente ácidos grasos. Y su función primordial es envolver como capa aislante a las células nerviosas. Estas son como cables que trasmiten impulsos eléctricos. 
 
El cerebro y todo el sistema nervioso funciona como una red de cables que conducen electricidad. 
La calidad de las grasas que consumimos es vital para un correcto funcionamiento cerebral y de todo el sistema nervioso. 
Si son grasas Omega 3, las células cerebrales y nerviosas funcionan a la perfección, de lo contrario se presentan problemas de conducción de los impulsos nerviosos.
 
En Inglaterra y en Estados Unidos se han realizado pruebas clínicas que demuestran que la deficiencia nutricional de éstas grasas propicia comportamientos violentos, mientras que, por el contrario, presos sometidos a un cambio de alimentación en la que se incluyeron estos ácidos mejoraron notablemente sus conductas, volviéndose menos agresivos.
Estos  ácidos grasos se encuentran en los pescados, el aguacate, el aceite de oliva y muchas semillas como la linaza, las nueces, etc. 
Sin embargo, durante los últimos años su consumo se ha reducido, especialmente porque a aumentado el consumo de aceites industriales que impiden conexiones neuronales apropiadas, tales como los aceites industriales de soja, maiz y girasol, así como el uso de grasas trans  en las margarinas y mantecas industriales. 
 
Un último factor alimenticio,  que por los momentos, podemos relacionar con comportamientos violentos son los aditivos alimenticios.
 
Algunos de estos aditivos, como el aspartame, el glutamato monosódico y lo que llaman proteínas hidrolizadas, son excitotoxinas.
 
Las excitotoxinas se caracterizan porque cuando las neuronas se exponen a estas sustancias se sobreexitan y aceleran sus impulsos nerviosos rápidamente hasta llegar a un punto de agotamiento extremo que puede llevar incluso a la muerte de la célula.
Por otra parte, las excitotoxinas estimulan las papilas gustativas de la lengua, resaltando y mejorando el sabor de las comidas y además crean adicción.
 
El efecto de las excitotoxinas  sobre el comportamiento es tan marcado, que en un experimento realizado con glutamato monosódico, se le inyectó una pequeña cantidad de éste directamente al cerebro de un ratón, en el hipotálamo. Y la reacción fue tan fuerte, que el ratón se puso tan agresivo y violento que mató a un gato que colocaron en su jaula. ¿Pueden imaginarse ésto?
 
Ahora detengámonos un momento a pensar qué estamos haciendo con nuestros niños y adolescentes.
Muchas veces salen a la escuela o al liceo sin comer, desayunan tarde y ¿qué comen?. He visto a muchos desayunar con un refresco y una bolsita de pasapalos (snacks) llenos de aditivos alimenticios, saborizantes y colorantes artificiales. 
 
¿Qué puede suceder con un desayuno así?
Los más susceptibles llegarán a clases con el azúcar baja, en lo que puedan se compraran un refresco y un pasapalo o snack. Esto hará que se les suba rápidamente la glicemia en sangre, pero al rato viene el bajón de la hipoglicemia reactiva. 
Esto sumado a las excitotoxinas provenientes de lo que comieron dispara en ellos comportamientos violentos.
 
No nos damos cuenta, pero los adultos estamos siendo en parte culpables, por ignorancia, de atizar el  brote de violencia estudiantil   que estamos observando. Ya que,  en muchos casos, no los enviamos ya desayunados a clase, ni supervisamos lo que en realidad consumen en las cantinas escolares.
 
No niego la importancia de factores sociales o biológicos, pero tengo la firme convicción de que si interviniéramos su alimentación, disminuirían sensiblemente los episodios de violencia que estamos sufriendo cada vez con más frecuencia. 
 
Referencias:

Evidence for abnormal glucose tolerance test among violent offenders https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/7057987/

Progress on relationship between omega-3 polyunsaturated fatty acids and violent-aggressive behavior https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/21425611/

 

 

sábado, 8 de mayo de 2010

SUCRALOSA (SPLENDA) : LA AMARGA HISTORIA DE UN EDULCORANTE

Parece que tenía más razón de la que me imaginaba.
Cuando polemicé con Amílcar en mi entrada anterior sobre la Splenda, no conocía la historia de la Sucralosa (vean comentarios en: http://naturopatiaysalud.blogspot.com/2009/03/una-splenda-no-tan-esplendida.html). Sin saber cómo había sido inventada me atreví a decir que a mí, químicamente, se me parecía a un insecticida.

Resulta que en 1976 un joven científico hindú llamado Shashikant Phadnis, trabajando como ayudante en el laboratorio de desarrollo de insecticidas en el Queen Elizabeth College con el Dr. Leslie Hough, malinterpretó unas instrucciones que le dío su tutor y “probó” literalmente, el producto de una reacción. Le dijeron “test” y el interpretó “taste” por dificultades de comprensión de la lengua inglesa. Test significa someter a prueba y taste significa probar con la boca. En inglés suenan muy parecido. Cuando le comentó a su tutor que la sustancia sabía increíblemente dulce, aquél lo regañó. Una norma de seguridad muy estricta en un laboratorio consiste en nunca saborear ningún producto químico sin estar seguro de su inocuidad, ya que podría ser potencialmente mortal. Por ello su tutor le llamó la atención, ya que estaban tratando de sintetizar insecticidas a partir del azúcar (sacarosa) por ser una materia prima barata. Pero después del regaño vino la reflexión y capturaron el negocio potencial que la casualidad les había puesto en las manos.
Hoy en día, a más de 30 años de aquel incidente, la sucralosa es uno de los edulcorantes más vendidos a nivel mundial y se comercializa con el nombre de Splenda.

Toda esta historia confirma mi aprensión con respecto a esta sustancia y aclara de una vez por todas que una sustancia así no puede ser buena para la salud. No importa de qué materia prima provenga una sustancia, lo importante es el producto final.
Pueden ver más detalles sobre esta sustancia en la entrada anteriormente mencionada.